En aquellos días, como crecía el número de los discípulos, se suscitó una murmuración de
parte de los helenistas contra los hebreos, de que sus viudas eran desatendidas en la
distribución diaria. Así que, los doce convocaron a la multitud de los discípulos y dijeron: -
No conviene que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas.
Escoged, pues, hermanos, de entre vosotros a siete hombres que sean de buen testimonio,
llenos del Espíritu y de sabiduría, a quienes pondremos sobre esta tarea. Y nosotros
continuaremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Esta propuesta agradó a toda
la multitud; y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a
Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía.
Presentaron a éstos delante de los apóstoles; y después de orar, les impusieron las manos.
H
echos que al parecer tienen poca i
m
portancia pueden dar lugar a grandes consecuencias
.
E
n principio parece lógico que el creci
m
iento de la co
m
unidad de los seguidores de
J
esús
diese lugar a una cierta organización de funciones, y que se asignase a personas
concretas el dese
m
peño de algunas tareas
. P
ero lo cierto es que esa for
m
a de investir a los
siete nuevos discípulos fue el origen de grandes deformaciones que tuvieron lugar, a lo
largo de 20 siglos, en la organización de la Iglesia. La imposición de las manos por parte
de los apóstoles fue el inicio de lo que a partir de mediados del siglo II fue considerado
como ordenación sacerdotal y episcopal, que se fue imponiendo a lo largo del siglo III
para ser institucionalizado en el siglo IV, y que establece entre los seguidores de Jesús
una diferenciación jerárquica en la que él jamás había pensado, con subordinación de
unos a otros. Sería después sólo cuestión de tiempo la creación de los cardenales o
Príncipes de la Iglesia, el poder absoluto de los papas de Roma... Por otra parte, el hecho
de que los apóstoles se reservasen el “ministerio de la palabra” denota que esos primeros
discípulos de Jesús seguían en sus trece de monopolizar la evangelización, desobede-
ciendo expresamente la enseñanza del Maestro en Lucas 9:49-50 que dice:
Entonces respondiendo Juan dijo: -Maestro, vimos a cierto hombre echando fuera
demonios en tu nombre, y se lo prohibimos, porque no es de los nuestros. Jesús le
dijo: -No se lo prohibáis. Porque el que no es contra vosotros, con vosotros está.
D
espués
,
en el bi
m
ilenario proceso de defor
m
ación vendría el institución de la Cátedra de
P
edro
,
el
M
agisterio de la
I
glesia
,
la infalibilidad papal
… Y
una enor
m
idad
:
en la autoatribu-
ción del control de la palabra y la enseñanza
,
la
I
glesia prohibiría al pueblo creyente durante
siglos, la lectura de las Escrituras y su traducción a lenguas que la gente comprendía.
P
ero ade
m
ás
,
en el citado pasaje de
H
echos
6:1-5
ve
m
os que entre los siete varones elegidos
sólo hay eso
:
varones
,
ninguna
m
ujer
. L
a situación de la
m
ujer en la
I
glesia ya había e
m
pezado
a ser de subordinación
,
de segunda categoría
. H
ay algo que debe sorprendernos
:
en los evan-
gelios
M
aría
M
agdalena es no
m
brada
m
ás veces que algunos de los apóstoles
,
co
m
o
T
o
m
ás
o
A
ndrés
;
es a ella y otras
m
ujeres a quienes pri
m
ero se aparece
J
esús resucitado
,
y sin e
m
bargo
en el libro de los
H
echos no se la no
m
bra ni una sola vez
. M
aría
M
agdalena y otras
m
ujeres
aco
m
pañaban a
J
esús
,
en su predicación itinerante
,
en iguales condiciones que los varones
del grupo
. S
in e
m
bargo el grupo de discípulos se autoreduce a doce
,
entre los cuales no hay
ninguna de las
m
ujeres del grupo anterior y la única presencia femenina que acompaña al
grupo de
“
apóstoles
”,
en la jornada de
P
entecostés
,
es la
m
adre de
J
esús
,
pero no en
condiciones de igualdad apostólica con ellos sino en una situación indefinible que viene a
ser el
m
odelo de la subordinación que se destinó en lo sucesivo a las
m
ujeres en la
I
glesia
y que persiste hasta el día de hoy
. E
l lector crítico se pregunta qué ocurrió en el